Por Pedro Damián Cano Borrego
A
pesar de lo prevenido en la Real Orden Reservada de 18 de marzo de 1771
para la extinción de toda la moneda anterior, y a la específica mención
en la misma de que el virrey de Nueva España debía informar a los
gobernadores de las Antillas y de la Capitanía General de Venezuela de
la recolección de la moneda macuquina a cambio de Situados en la nueva
especie a labrar, no se consiguió su extinción. Durante las guerras de
independencia de Venezuela, los realistas refugiados en Puerto Rico
trajeron gran cantidad de este numerario a la isla, cuyo uso fue
autorizado en 1813 y circuló hasta 1857. (Leer +)
La crónica escasez de numerario en Venezuela y otros
territorios había hecho que, a petición de los gobernadores del área
antillana, por Real Orden de 25 de mayo de 1786 se autorizase la labra
de una nueva especie para su circulación como moneda provincial en
Caracas y en las Islas de Barlovento, que si bien fue acuñada en la ceca
de México en 1787, fue refundida antes de entrar en circulación por
Real Orden de 1787. Tras nuevos intentos, esta nueva moneda provincial
no llegó a acuñarse. La escasez afectó asimismo a la moneda macuquina, al ser la que servía para la circulación interior de la Capitanía. Por ello el intendente de Caracas prefería enviar los situados a las provincias de Guayana y Trinidad en los pocos pesos fuertes disponibles antes que dejar el territorio sin moneda cortada o corriente, lo que no era posible por la falta de moneda fuerte, en la cuantía de diez mil pesos, necesaria para hacer frente al situado de Trinidad.
A juicio de Francisco de Saavedra, principal valedor de la solicitud de una moneda provincial, la diferencia entre los valores intrínsecos y extrínsecos de la moneda macuquina dificultaba su extracción. Estimaba que en el territorio no se había introducido moneda falsa, ni en grandes lotes ni paulatinamente, para retirar la de buena ley, y afirmaba que se trataba principalmente de piezas de bajo facial, de medios reales, reales sencillos y escasos reales de a dos.
Durante las guerras de emancipación de Venezuela, tanto los insurgentes como los realistas batieron moneda de necesidad de tipo macuquino a imitación de los reales limeños, según los tipos de cruz y columnas previos a las reformas de la moneda en la época borbónica y con valor facial de reales sencillos y dobles. Vidal i Pellicer fecha las emisiones de los insurgentes entre agosto de 1813 y julio de 1814, y fueron a su parecer batidas en Caracas, muchas con fechas imposibles y signos falsos. Al ser ajustadas en peso y ley, los realistas las habrían seguido acuñando hasta 1817. Otros autores adelantan el comienzo de las emisiones al año 1811.
En cuanto a las monedas acuñadas por el partido realista, conocidas como lanzas por su forma, habrían sido emitidas en Maracaibo entre los años 1813 y 1814 por orden del Capitán General Fernando Miyares, si bien y debido a que este numerario era muy defectuoso, dado que era de labor muy tosca y con graves faltas de peso y ley, se ordenó su retirada de la circulación por Real Orden de 13 de mayo de 1816.
Simultáneamente, en el tramo final del siglo XVIII la escasez de numerario había sido la nota dominante en la circulación monetaria en Puerto Rico, siempre dependiente de los situados de Nueva España y de los pocos tributos –alcabalas, renta del papel sellado, diezmos…- que se recaudaban en la isla. El recurso a la emisión de papeletas sin el respaldo de moneda corriente fue una práctica común desde los violentos huracanes de 1766 hasta principios del siglo XIX, lo que llevó a la falta de su aceptación, a la generalización de su falsificación y a una espiral inflacionaria, que llevó a la valoración de un peso en moneda metálica en diez en papel.
Fue para la amortización de estas papeletas por lo que por Decreto de 18 de junio de 1813 se autorizó por el gobernador Salvador Meléndez Bruna, por recomendación del intendente Alejandro Ramírez, la entrada y circulación legal de la moneda macuquina procedente de los refugiados venezolanos, como un mal menor necesario para garantizar la circulación monetaria en la isla.
Este numerario estaba compuesto tanto de moneda legal batida con anterioridad a la de cordoncillo como por las emisiones antes vistas de los insurgentes y realistas, y era según este Decreto aceptada por su valor nominal para todo tipo de pagos, entendiendo por el mismo el que tuviese en sus improntas o el comúnmente aceptado, Con ello se consiguió amortizar papel moneda en la cuantía de medio millón de pesos, y se dotó a la isla de un circulante que se mantuvo durante años y evitó las anteriores tensiones monetarias sufridas.
La entrada de la moneda macuquina, sin embargo, tuvo también consecuencias negativas, como fueron los problemas derivados de su falta de peso y ley, que hicieron que, contraviniendo las órdenes antes citadas, muchos se negaran a su aceptación. Asimismo, se introdujo en la isla moneda macuquina falsa fabricada en los Estados Unidos, lo que agravó esta situación. Para resolver estos problemas, la Sociedad Económica de Amigos del País creó una comisión especial para el estudio de las medidas a tomar para su extinción.
En sus conclusiones de 8 de marzo de 1855 se hacía referencia a la necesidad de retirarla de la circulación, lo que finalmente se ordenó por Real Decreto de 5 de mayo de 1857, sustituyéndola por moneda de cordón de cuño español. En el momento de la retirada, según Coll y Toste, se cambiaron 1.565.466 pesos y 40 centavos de moneda macuquina a cambio de 1.350.000 pesos en moneda de nuevo cuño. Los tenedores de moneda macuquina recibieron siete reales de moneda fuerte por cada peso de ocho reales macuquino, por lo que la merma real para la población fue de un 12½% del valor de la moneda antigua.
Fuente: www.numismaticodigital.com
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